Es de noche y estás en el baño, frente al espejo, con esa luz blanca que no perdona; levantas la camiseta solo un poco, lo justo para revisar —otra vez— si la panza bajó al menos un milímetro. Pero ahí sigue: redonda, tensa, como una carga que no podés soltar, y sientes ese nudo invisible entre el estómago y la garganta, esa mezcla amarga de vergüenza, rabia y resignación. Ya ni cuentas las dietas fallidas, los “desde el lunes empiezo”, los ejercicios guardados en el celular que nunca pasan del día uno… Te vistes rápido, apagas la luz, como queriendo apagar también la culpa. Pero existe una hora secreta —una rendija invisible en tu propia noche— en la que tu cuerpo puede activar algo distinto. En silencio y con solo un pequeño ritual antes de dormir, puedes enseñarle a tu metabolismo a quemar esa grasa como si fuera algo que le estorba, no que le pertenece. Solo tienes que aprender a mirar el espejo… al revés.